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NUNCA PARES DE AVANZAR

Intenso, rápido y fugaz.


Como la piedra que se avalancha desde la cima de la montaña y va recorriendo cada una de las partes de la bajada, hasta llegar en el llano, donde se queda estática, agotada y cansada.


La piedra ha disfrutado tanto del descenso que una vez que llega el final, se inunda de la resaca de las emociones vividas. Está envidiosa por no poder volver a subir la pendiente, tirarse por el precipicio y volver a sentir la adrenalina, pero a su vez, está satisfecha de haber disfrutado al máximo esa experiencia.


La piedra sabe que habrá muchas más montañas por subir y por bajar, pero también sabe que todas ellas serán distintas una de la otra, por eso tiene miedo de no volver a sentir lo mismo. Pero aquí está el error. No se deberían comparar nunca las montañas, porque cada una es especial, cada una tiene su vegetación, sus animales, sus demás piedras y, por lo tanto, cada una es única.


Así que la piedra tiene que mentalizarse y, sobretodo, aprender mucho para que a la larga pueda disfrutar al máximo de todos los descensos. Pero eso solo lo conseguirá tirándose por el barranco una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez.


Hasta que comprenda que tiene que vivir cada bajada sin tener en cuenta a las demás, pero nunca olvidarlas y siempre vivirlas como si fuesen las últimas, ya que algún día, realmente, alguna de ellas lo será.


El día en que la piedra pare de rodar para siempre, estoy seguro que parará satisfecha recordando una por una todas las montañas que ha ido transitando y haciendo memoria de todo lo que aprendió de ellas y todo lo que ella dejó de recuerdo en las montañas.


Porque aunque la piedra, que algún día fue fuerte y firme, se transforme en polvo, simple, pero permanente, su eco seguirá presente en las llanuras de todos aquellos paisajes que visitó, transitó y descendió.




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