Nace rojo, sin sombra y sin contorno. Sin prejuicios trata a distintas personas a su paso. Se mantiene cerca de su brazo por si viene el invierno y buscan regazo. Les arropa en los días de frío, no lo hace con abrigos, sino con abrazos largos y tendidos. Se sienta a su lado y tácito, escucha sus preocupaciones. Les consuela con soledad, su más preciada amiga, y les enseña que la compañía no siempre tiene que ser su guía. Les explica que un cuerpo sobrio no solo es de alcohol, sino de todo sentimiento dañino que albergue ira e indignación. Destierra su cólera y su envidia. Quema sus cicatrices y logra, así, curar sus heridas. No sucumbe a los estigmas del tiempo y defiende que toda etapa es digna de ser vivida. Sin prejuicios trata a distintas personas a su paso y al cabo de un tiempo, estas parten en busca de nuevos regazos. Entonces, el fuego se queda solo y, solo, muere rojo, sin sombra y sin contorno.
*Fotografía de Carlos Heredia