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IMAGEN CON TEXTO Nº2

– Ven, siéntate a mi lado – susurró Andrea intentando no romper el silencio que envolvía ese anochecer.

Sentados los dos en la orilla del agua, le pasó lentamente el brazo por encima del hombro y le abrazó.

– ¿Te has fijado que cada atardecer es distinto? – de fondo, el ruido de los pajarillos, que cantaban felices y libres, acompañaba sus palabras – aunque queramos, es imposible vivir dos veces una misma aventura.

– ¿Y porque quieres vivir dos veces una misma aventura? – preguntó él en voz baja.

– Para aprovecharla mejor, para saber lo que pasará y disfrutar más – Andrea calló durante unos momentos, el silencio la consolaba y la animaba – no quiero morir sabiendo que me quedan cosas por hacer. Quiero viajar, leer, escribir, sentir, vivir… – cada palabra era más floja y débil que la anterior, como si cada palabra se llevase un trozo de su energía.

Él no contestó, no dijo nada. Simplemente le agarró la mano que le caía por encima de su hombro y se la estrechó, intentando traspasarle la calma y la fuerza que ella necesitaba.

– Quiero saber lo que hay detrás de esas sombras, de ese reflejo y detrás del Sol; detrás de cada palabra, de cada gesto y de cada emoción, – otra vez el silencio inundaba el lugar - pero siento que no lo voy a lograr. – Con lágrimas en los ojos – No estoy preparada y no sé si lo llegaré a estar.

Mientras el agua bailaba bajo la atenta mirada del Sol, él le dijo susurrando al oído: – No te preocupes. Si tienes que verlo, lo verás. Pero no confíes en tus ojos. Ellos solo ven lo que está a su alcance, no ven más lejos de sus posibilidades. Más allá de la línea roja sigue habiendo verde y felicidad. Más allá del precipicio hay un hermoso salto de agua. Más allá de ese denso bosque sigue habiendo frutos y alimentos. Porque más allá de nuestros ojos sigue habiendo vida.



*Fotografía de Andrea Campabadal

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